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domingo, 9 de marzo de 2008

En tren a Madrid....

Llevaba tiempo que añoraba viajar en tren. Toda mi vida hasta bien pasada la adolescencia la recuerdo subida en un tren. Montilla-Linares-Baeza, Montilla-Madrid, Madrid-Vigo, MOntilla-Córdoba, Montilla-Málaga... ¡Qué agradecida estaba de tener un padre ferroviario y poseer un kilométrico, bien preciado, con el que descubrí muchos rincones de España (quizás de ahí me venga esta pasión por viajar)
Cuando el día 28, despues de varios años, volví a poner un pie sobre el tren, camino a Madrid, sentí que mis tripas se removían, se me hacía un nudo en la garganta, mi cabeza se llenaba de recuerdos.... Volví a ver a mi padre y a mi madre y a mis 5 hermanos, cargados de maletas, en medio del andén, con los corazones palpitándonos a una velocidad de vértigo, peleándonos por subir...
En frente mía: Moli y Roxana, hablábamos de otras cosas... Aparqué mis recuerdos para compartir con ellos una apasionante tertulia.
Pero a la vuelta de Madrid, con cansancio acumulado durante 4 días intensos vividos en la capital, caí sobre el respaldo de mi asiento, apoyándome sobre la ventana hermética y mi cabeza se disparó y empezó a sufrir un retroceso en el tiempo. Quería volver a aquellos años, subirme en aquellos vagones, correr por los pasillos, saltar sobre los asientos, quitar el chocolate al niño que íba enfrente, esconderme, mirar las caras de los viajeros, inventarme sus vidas, escuchar sus historias, disfrutar del paisaje, bajar las ventanillas, sentir el aire, oler a tocino, recostar mi cabeza sobre el hombro de mi hermano, recrearme en el sonido inconfundible del traqueteo del tren, dormir... Yo no quería llegar a mi destino, quería seguir en ese mundo, que reconocía como algo innato, quería vivir dentro de esos vagones, con esas gentes, con esos otros niños, inventarme historias de amor... Séntí que mis ojos se humedecían al recordar a mi padre.... Ya no está conmigo, pero que bonito legado me dejó, mi amor por los trenes (que creí lo tenía olvidado)
Cuando partía de un sitio, y asomaba mi cabeza por la ventanilla, y veía a las gentes despedirse... yo, lloraba, porque tambien me hacía partícipe de esa despedida. Y cuando llegaba al destino, volvía a llorar al reconocer en el andén las caras felices de personas que me querían y me esperaban.... esa situación me abrumaba... bajar del tren, abrazarte, dar besos, coger maletas y llegar al pueblo. A veces, cuando nadie nos esperaba, hacíamos el viaje andando desde la estación al pueblo, 20 kms, arrastrando las maletas.... llegábamos de madrugada. Yo quería ser la niña de la estación, como cantaba Conchita Piquer.

Y ahora, cuando he vuelto a subir en el tren, no me reconozco... con los avances y las prisas se han convertido en cajas herméticas con ventanas fijas que no se pueden bajar, asientos que invitan a la distancia,.. y entre este engranaje de tuercas, metal, hierros y motores.... los viajeros...ipod,...mp4,... ordenador en mano... viven en su mundo tecnológico, no te perciben, no te descubren... sólo la gente mayor se atreve a compartir ese momento de tertulia en el tren. Pero cuando hablas no se hace con la misma alegría... las conversaciones de antaño a ocho bandas, compartiendo el chorizo, el pan con aceite, risas, miradas,.... ya no me reconozco.

Aún así, este trayecto ha despertado en mi una necesidad de realizar un viaje largo en tren, me da igual el destino, tan sólo quiero disfrutar de lo que viva dentro de esos vagones, hablar, intercambiar, reir, sentir, besar, leer, escribir, oler, inventar, hablar, acariciar, mirar, responder, preguntar... y volver con las maletas cargadas de historias y vidas compartidas.